domingo, 7 de febrero de 2016

Profecía


Me levanto somnoliento, recibido por la vaga luz de un domingo tempranero. La conciencia va asentándose en el realismo de los sentidos despiertos a un día que ya fluye y nos indica, dándonos continuas señales: su motor está en marcha. Me tranquiliza ver cómo, esa conciencia que pujaba durante el sueño por ordenar el propio mundo y su ser, a ratos sintiéndose errada, a ratos acertada, se siente firme en el acierto de las actitudes que llevaron a las decisiones de nocturno cavilar.


La mañana transcurre con una tranquilidad expectante, y mato el tiempo dejando mi hábitat impoluto, con la sombra de una ilusión por recibir su grata visita. Interferencias, tentaciones de la biología –divina juventud-, bifurcaron un camino que hoy puede unirse de nuevo. El tiempo, amigo de quien sedimenta el sentido de su vida plantando sin miedo el árbol de los sentimientos. Mi tranquilidad expectante da un súbito paso, toma la armadura, coge el caballo y se dirige a su encuentro. Lidiaré con el amor. Disculpas, confesiones, explicaciones, trabas superadas cuando voy recuperando la gracia de su sonrisa, el calor de su caricia. La fortuna me sonrió, recuperamos el sendero común, con esperanza, sin alharacas, conocedores de las trampas que nos puso el camino. Sonrientes, sin embargo, porque la profecía nos ha sido fiel.

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