martes, 5 de enero de 2016

Sabía que sí, y sabía que quizá no


Por la mañana, se había levantado con una ilusión incierta. Sabía que sí, y sabía que quizá no.

Sí sabía que le hacía ilusión ver aquel mundo de variopintos tonos emocionales que descubrió en ella a través de largas conversaciones telefónicas en la intensidad de cinco o seis días desde que, en aquellas navidades tan monótonas y rutinarias, la descubriera a través de una accidental llamada de ella en tono iracundo reprochándole que no cambiara el contrato de la línea telefónica, aún a su nombre cuando la pareja ya se había disuelto entre los vapores de aguas volcánicas… Cuando su arrebato se apaciguó, tuvo que decirle que se equivocaba de persona, y a raíz de ahí…

Sabía que quizá no: que ella podía dudar entre salir al frío y coger un tren para verle o refugiarse en la soledad y, quizá, el capricho. Sabía todo aquello, y a pesar de todo le había comprado un caprichito con la ilusión de dar dulzura a sus navidades.

Sabía que sí, y sabía que quizá no, pero sobre todo sabía que había dado con una bonita coincidencia que le compenetraba con un pequeño huracán de metro setenta y un arcoíris de emociones. Y se gustaba aquella mañana porque, tras la incertidumbre, había una extraña sintonía que le hacía presentir que le había encontrado la tecla del por qué.

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