Por la mañana, se había levantado con una ilusión incierta.
Sabía que sí, y sabía que quizá no.
Sí sabía que le hacía ilusión ver aquel mundo de variopintos
tonos emocionales que descubrió en ella a través de largas conversaciones
telefónicas en la intensidad de cinco o seis días desde que, en aquellas
navidades tan monótonas y rutinarias, la descubriera a través de una accidental
llamada de ella en tono iracundo reprochándole que no cambiara el contrato de
la línea telefónica, aún a su nombre cuando la pareja ya se había disuelto
entre los vapores de aguas volcánicas… Cuando su arrebato se apaciguó, tuvo que
decirle que se equivocaba de persona, y a raíz de ahí…
Sabía que quizá no: que ella podía dudar entre salir al frío
y coger un tren para verle o refugiarse en la soledad y, quizá, el capricho.
Sabía todo aquello, y a pesar de todo le había comprado un caprichito con la
ilusión de dar dulzura a sus navidades.
Sabía que sí, y sabía que quizá no, pero sobre todo sabía que
había dado con una bonita coincidencia que le compenetraba con un pequeño
huracán de metro setenta y un arcoíris de emociones. Y se gustaba aquella mañana
porque, tras la incertidumbre, había una extraña sintonía que le hacía
presentir que le había encontrado la tecla del por qué.
Bravo!!!
ResponderEliminarMuchas gracias por ese redoble de tambores, Tere. Anima de lo lindo. Abrazos.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar