Sentado en el rincón oscuro de una barra de bar, entre
personajes despedidos de la vida o que nunca tuvieron el coraje de entrar en
ella, se recrea en el sonido de la guitarra calmante que viene de los
altavoces. Que si una cerveza cortesía de la belleza de corrompida sonrisa, si salir
un momento a la entrada del bar para hacerse partícipe de la tertulia de
cigarrito.
Va anocheciendo entre
comparsas, y él va perdiendo la noción de las cosas. No hay tiempo, no hay
lugar… más allá de este garito, ¿agujero sin fondo creado por el tiro de una
bala traicionera en el centro de la frente? No hay tiempo ni lugar.
La belleza de corrompida sonrisa le ha estado acompañando a
lo largo de la travesía de copas y charlas vacías, y, tras una primera
gentileza, ya tiene su correspondencia en forma de un paquete de tabaco
americano y un chupito, algo duro para calentar motores, pero nada de excesos.
Ella, sobria, lo va cargando de sonrisas perdidas en su galanteo, y, cuando lo
ve ya con el flanco descubierto, empieza a hacer juegos con su bolso. Le mira a
los ojos, obnubilado parece ya, se hermosea un poco junto a la barra y vuelve a
jugar con el bolso. Él, perdido en sus sonrisas, deja que ella le acaricie.
Nuestro hombre ha perdido la cartera poco antes de caer inconsciente sobre la
barra.
La vuelta a la conciencia es una salida del espejismo en
medio, todavía, de una brumosa mirada alcoholizada. A tientas, hace un esfuerzo
repugnado por salir del local, entre increpaciones por no pagar la cuenta. El
camarero le insulta hasta que le ve alejarse, y él va sintiendo, de nuevo, el
aire fresco y puro mientras una ligera llovizna va cayendo sobre su cabeza, sus
hombros… y le provoca un estremecimiento que le hace despertar de nuevo a sí
mismo. Le entra la necesidad de consultar el móvil, siquiera sea por tener una
vaga señal de los suyos, y se da cuenta de que se lo han robado. Pero sonríe,
porque el recuerdo reciente de los afectos que parecían perdidos resurge. Y sólo
había sido por un tramposo acceso de escepticismo.
Me encanta este relato, la travesía de las copas es casi como la travesía de la vida, decadente y realista, dejémonos de florituras señores, la existencia tiene mucho de esto y poco de lo demás...
ResponderEliminarun abrazo Edu
Me alegro de que te haya gustado, Carmela. Cierto que, por el hecho de aparentar más y dar menos dolores de cabeza, la floritura arrincona en el escaparate a las sombras más necesitadas de aliento. Un abrazo.
ResponderEliminarERES UN ARTISTA!
ResponderEliminar¡Muchas gracias!
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