domingo, 11 de diciembre de 2011

Tierno

Durante este largo puente me ha enternecido algo que, por la distancia y mi falta de hijos, no vivo como algo cotidiano o natural: la visita de los niños, mis sobrinos antes renacuajos, que van creciendo año tras año: cuando les ves súbitamente tras una larga separación, se produce una sensación de cariño inicial y luego de paso del tiempo en el que sus cabecillas se han ido haciendo más mayores y más espabiladas. El mayor cumple 10 años dentro de nada. El mediano cumplió ocho ayer, último día de visita en que tuvo que ver como su equipo del alma perdía el partido contra el Barça. Empieza a ser una costumbre. Besitos imprevistos, gestos infantiles de la renacuaja, verla escribir y dibujar. Calor familiar, se han esfumado, como he dicho, esta mañana temprano: el viaje es un trecho.

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