sábado, 8 de octubre de 2016

El dibujo de una vida


Permanezco tumbado en la acera húmeda de la principal avenida de esta ciudad, cansado. De hecho, empiezo a sentirme exhausto: días de no parar que suponen el colofón a una vida que ha ido desdibujando su sentido. Tomo conciencia de que, los últimos años, han sido un trayecto de paulatino alejamiento de mis estímulos vitales, de aquello que en un tiempo fui cociendo en mi interior, un día se manifestó como el particular modo de vida que deseaba para mí y, otro día muy concreto en mi recuerdo, supuso el pistoletazo de salida en busca de su consecución. Pasado el tiempo, llegué a sentirme henchido de felicidad, satisfecho de mis logros materiales, afectivos y espirituales.

Sin embargo, un día la persecución de aquellos sueños que se iban convirtiendo en obras de mi vida se topó con el cansino realismo. Fue, quizá, un momento de debilidad. Me cogió en una época floja. Desde entonces, asumí mi vida con una noción más apaciguada de responsabilidad. La asfixia continua y progresiva del día a día rutinario en atención al objetivo de un salario estable, una mujer dócil amante del hogar y un seguro de vida.

¡Patrañas! –pensaba mientras yacía sobre los adoquines de la acera, empapado el cuerpo ya entero: la espalda por el suelo húmedo, la frente por la lluvia que seguía cayendo.

Eché un vistazo: el paraguas, ya roto, a unos metros que parecían eternos, me llevó a sumergirme en la sinfonía del recuerdo: amores en fuga, piano inspirado, buen vino español… y, con una leve sonrisa, caí exangüe, exponiendo ante un público inconsciente, que, al fin y al cabo, había tenido más peso la vitalidad del sueño que el cansino realismo.

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