domingo, 22 de enero de 2017

Vientos de esencia


Enredado entre vueltas y vueltas de ventoso torbellino, apariencias de lo sentimental sin cuajar en la nitidez de una mirada que haga todo el recorrido, al menos desde un inicio como un comienzo, hacia mi más íntima esencia. Quizá, un día, sentado en un café acompañado de una buena conversación que no tuvo comprometidas pretensiones de principio, lo estuviera empezando a hallar. Una figura femenina que, a través de sus palabras, preguntas y atenciones, vaya empezando a extraer eso que es más íntimo de ti. Un cabello que ansiar tocar con el remanso de la tarde alejado de su figura, la imagen de dos jóvenes acurrucados en una escena de la televisión prende tu atención. Procuras bailar bien el vals de la asimilación, no un paso precipitado en tu pensamiento, tampoco quedarte parado. En cualquier caso, esta vez, será ella quien te tome del brazo y marque el ritmo. Crees que vas saliendo del ventoso torbellino, vueltas y vueltas ahora en una sinfonía armónica, el viento en la música de sus instrumentos. Pausa, movimiento: cadencia. Camino, camino…

viernes, 6 de enero de 2017

De vidas y tormentas


Su vida llegó a la edad media de tiempos pretéritos, cuando no se alcanzaba la cuarentena. Tenía una tez blanquecina, los ojos se le achinaban cuando sonreía y llevaba el cabello negro en una melena revuelta. A su marido le conté mis secretos sobre el amor, que él encauzó dándoles luz. Una luz que ella temía y adoraba: gozaba de la invasión de un rayo matinal en su piel con lunares, y luego le invadía cierta incertidumbre. Ese recurrente temor. Me la encontraba, en las mañanas de aquella tormentosa juventud, dando atenciones a mis seres cercanos. Más allá de lo que un salario estipula, ella ofrecía cariño natural. Luego, llegó la tormenta esperada que se llevó una vida por los senderos del misterio ultraterreno. Aquella mujer de tez blanca, lunares y cabello negro, siguió participando de esa lejana etapa de nuestras vidas, cada vez más espaciadamente. La última vez que la vi, lucía un cabello corto a la luz de una esplendorosa tarde junto a la gran ventana de nuestra cocina. Luego, desapareció dejando tras de sí el rastro del misterio como única huella. Al cabo de un tiempo estimable, aquel que permite al ser querido asentar la asimilación del fuerte impacto, sonó el teléfono en la habitación contigua de nuestro hogar ya más chiquito y sin aquella hermosa cocina. Era su marido, que llamaba desde el sosiego para transmitir la pérdida del ser querido. Dos vidas se fueron, así, con sendas tormentas, pero su recuerdo se asentó en quienes les quisieron.