domingo, 19 de julio de 2015

La entrada del cielo


Ojos cansados, de una vida que ya empieza a susurrar que se desvanece. Un cuerpo lánguido que hace repaso de su vida tendido sobre la cama. Una familiar le trae caldos reconstituyentes que consume haciendo esfuerzos. Intercambian miradas, la elocuencia en la mirada de la anciana quiere dar un claro mensaje de despedida. Pierde las energías, la familiar abraza el cuenco, lo último que tocó el ánimo de la difunta. Mira a través de los pequeños huecos de una persiana bajada, apenas logra percibir un leve brillo. Sin embargo, sabe que allí fuera es pleno día. Se enjuga las lágrimas, sale del dormitorio aún abrazada al cuenco, fuerte en su voluntad de recordarla en su última exhalación, y deja los temas de mortaja en manos del médico, que entra a dar fe de la defunción una vez ha captado el mensaje en la actitud resignada de la familiar que camina hacia la cocina, lava el cuenco con lentitud y dedicación y lo deja a secar. Desde allí, puede ella ver la plena luz del día cuyo brillo apenas percibió junto a la difunta. Sale a la terraza, mira en lontananza, agacha la mirada y, risueña, ve a unos niños jugando. Sopesa si quedarse a ver el circo del eterno velatorio. Mira a lo alto, al cielo, y queda deslumbrada. En su momentánea ceguera, recibe la elocuencia. Y atraviesa la sala, mira al médico que ha regresado agitado al salón y recibe su cómplice asentimiento para salir a airearse. El asfalto, en la calle, la devuelve al mundo: había estado acompañando a alguien a la entrada del cielo, recuerda. Y sonríe. 

miércoles, 1 de julio de 2015

Reconquista


La noche profunda, sueña él en un tranquilo descanso… un rapto y se agita: la armadura de sí mismo ante la selva humana y divina se está construyendo a base de esforzados pulsos con la tentación, una fácil opulencia o la tendencia al conformismo. Siente que aún no puede despertar, que la armadura no ha cubierto todo su ser, y sigue esforzado por dar forma, a través de gotas de su esencia, al acero de una existencia hacia la vida airosa. Resuelve dilemas profundamente asentados en su inconsciente, que ahora afloran a raíz de ese extraño rapto, fuerza del destino que tenía olvidada, latente para emerger en el momento adecuado lejos de artificios engañosos. Surgió con una nueva emergencia del instinto de supervivencia, la retomada conciencia de un camino hacia la plenitud mano a mano con la medieval damisela de coraje, instinto y convicciones. Como un tiburón blanco que enseña su aleta unos momentos para luego volver a la profundidad del mar, él se agita resuelto una última vez y entra de nuevo en calma.


Amanece, el destronado rey de la tierra despierta con voluntad de conquistar su territorio, ese espacio que una vez fue la amplitud de su felicidad, y recuerda, con fe, a aquellos que le guiaron y a aquellos que le trabaron. Por fin, como el gran tiburón blanco, abre sus fauces y pasa de la contemplación a la acción. Surca las tierras, blande su espada, besa a su amada. En un abrir y cerrar de ojos, lo que fue un dilatado letargo se ha convertido en palpitación y la mirada multicolor de, mano a mano, reina que encontró su trono, refleja un horizonte de arcoíris tras el que se intuye el Paraíso, ulterior descanso de la mujer encinta y el valiente que le dejó su simiente. Entretanto, bajo la luz celeste, viven su reinado afortunado.